Diario de un piano abierto 7 de junio 2017… o la herida de Ulyses

Ahora en mis sesenta años no puedo regalarte nada sino este inútil gorjeo.Sin embargo afirmo que me han cercado y me incitan en apretada bandada los rutilantes gorriones

Yorgos Seferis – Últimos poemas

Hoy, al escuchar una sentida interpretación en el piano de la Sonata en fa menor Op. 6 y la dupla Preludio y Nocturno Op. 9, especialmente escritos para la mano izquierda por el músico-místico Alexander Scriabin, me ha sido revelado algo que venía inquietándome desde hace ya varios años. Scriabin escribe estas piezas exclusivamente para la mano izquierda, luego de quedar totalmente incapacitado de la mano derecha en un esfuerzo desmedido por llegar más allá de los límites físicos y técnicos en el piano. Lejos de quedarse en la hondura o de abandonar la música, el joven “herido”, decide escribir estas obras maestras para ser tocadas solamente con la mano izquierda. Así, sobre lo que se podría llamar “la cojera de un pianista”, éste (al modo sagrado), levanta estos monumentos a la belleza que el dolor y sólo el dolor trascendido es capaz de concebir, crear y manifestar (su hija Marina escribió uno de los libros más extraordinarios sobre el dolor y el Arte llamado “En la encrucijada de Thebas”). Es justamente y partir de allí que empieza el camino iluminado que lo llevará al descubrimiento del “Acorde Místico”: estructura sonora con valor simbólico e integrado por seis notas (do, fa sostenido, si bemol, mi, la, re) donde aparecen en “socigia”, la secuencia de los intervalos de cuarta: cuarta aumentada, cuarta disminuida, cuarta aumentada y dos cuartas justas. Son realmente impactantes las sensaciones que se producen en el alma con estas relaciones sonoras que Scriabin llamó también el acorde “Prometeo”. Durante el recorrido de su saga anímica, surgirán o resurgirán “El poema del éxtasis”, su tercera sinfonía con una fuerte determinación de los griegos e inspirada en la saga de Ulises y finalmente en el postulado sagrado de lo que él llamó Mysterium: “el aire de la naturaleza en el acto artístico y litúrgico; el rumor de las hojas, el centelleo de las estrellas, los colores de la salida y la puesta del sol tendrían que encontrar allí un lugar (…) el arte como una forma superior de conocimiento, una intuición análoga a la de los místicos, con el compromiso de revelar la auténtica realidad y proporcionar el paso a un mundo trascendente, a la divinidad”


En el caso concreto de estas piezas para ser ejecutadas en el piano con la mano izquierda, ellas sin duda marcan un hito en el desarrollo y la vida de Scriabin. Particulamente el Nocturno de la dupla contiene una carta dirigida a una muchacha de nombre Nahia, punto inicial del impulso que transformará a este huérfano (que en el año de 1886 escribiría el virtuosísimo Estudio en Do sostenido menor Op. 2 No 1, desafiando las leyes físicas del cuerpo -y también las del alma- viajero empedernido y amante del mar) en el discípulo de la inédita mujer llamada Helena Blavatsky, maga o Sybila que lo iniciaría en los misterios del samadhi o éxtasis espiritual.


Pero retomando el hilo de mi primera inquietud, aunque ésta se ha instalado en mi pensamiento poético de manera reciente, la saga anímica se remonta a mi juventud plena, ya en el “umbral” de la madurez. La extrema fragilidad de mi alma, portadora en esos tiempos de una herida oculta al sol, contrastaba con la fuerza física exhibida a plena luz del día y con la que erróneamente quise defender y proteger esos despojos heridos. Mientras que en el afuera presentaba al mundo un imago de fuerza y consistencia irrefutable, lo más interno y secreto, se mantenía encerrado de manera casi irremisible en una caja de cristal… hasta el olvido. 

Aunque en esos tiempos la herida era una herida anímica, su réplica corporal no tardó en aparecer en el centro mismo de mi potencial corporal de desplazamiento: en el “muslo” y extendida hasta la articulación de la cadera. Diferenciando muy bien entre herida y cicatriz, esta última sería la huella que deja la herida trascendida. El Maestro Jung nos decía que: “No es posible despertar a la conciencia son dolor” y llegar a ese estado de luz sólo es posible en un ritual iniciático. El dolor es justamente el que nos evidencia y marca el punto de inicio de ese ritual de trascendencia. Hoy en día, en el lugar en donde estuvo la herida, porto de manera evidente una cicatriz que se parece a lo vivido por más de 40 años y los resume como símbolo de curación y constancia de otro tipo de fuerza invisible  e inconteniblemente plena. La cicatriz en todo caso no sólo es simbólica sino física, corporal, perceptible incluso en mi caminar por la tierra, pues debo arrastrar la pierna izquierda claudicando levemente el paso, lo que me ha vuelto más consciente de lo esencial. La marca física la llevo en una cicatriz en la pierna, revirtiendo o invirtiendo la relación de mis elementos conformadores en un cuerpo con discapacidad y límites, pero sostenido en la tierra por la fuerza que le otorga el centro anímico… el Elan Vital, el alma.


Esa dinámica entre mi fuerza interior y mi fuerza física, y la representación distal-multisensorial que perciben las personas que se interrelacionan conmigo a lo largo de mi vida, hace precisamente que esa percepción se concrete de manera contrastante y contradictoria. En mis despliegues pasados de fuerza física pero de fragilidad anímica, se me percibía como un ser fundamentalmente consistente, poderoso y fuerte, mientras que ahora, que me rige con mucha más certeza la fuerza integradora de alma como elemento que impulsa esa vida, la percepción en muchos casos es de fragilidad, causada por lo evidente y visible, como lo es el hecho de cojear y de claudicar en el paso. Lo más reciente y notable es la angustia de mi pequeño ángel Federico, mi hijo más pequeño, y su compasión cuando ve que no puedo extender mi actividad física más allá de sus límites. Curiosamente, en estos días un muchacho extremadamente joven me sensibilizó con su gesto, al verme cargar unas cajas e insistir en no dejarme hacer ese esfuerzo. La percepción es pues en el afuera de fragilidad por lo evidente, mientras que la otra fuerza se mantiene invisible o en la parte oscura e incomprensible de mi propia hondura. La salida de mi ánima se había cristalizado a través del despliegue de la fuerza física, mientras que mi regreso a “ella” se ha realizados en términos, esenciales, despojados, y alumbrados por el recuerdo de la herida, y sobre todo en la evidencia que resume todo el proceso en el símbolo de la cicatriz.


Tal vez el hito poético de mi retorno, lo signó en su momento la antigua madre llamada Elizabeth Schön, quien dentro de mi historia anímica asume un acto muy similar al de Euriclea- el aya de Ulises-. Cuando éste retorna a su Ítaca, ella lo reconoce por la cicatriz en el muslo izquierdo en el momento de lavarle los pies y quitarles el polvo del camino. En mi vivencia esta poeta de las aguas, a través de su presencia sanadora y purificadora, hace que el retorno a mi ánima (incluso diría que un retorno a mi verdadero cuerpo en términos de consciencia) quede conmovedoramente establecido. Es entonces, y a través de tal reconocimiento, que la cicatriz deviene en consciencia: el rostro límpido y diáfano de mi propia ánima… de la doncella que me habita y me anima.


Hoy mismo, y de manera sincrónica, buscando el significado de dichas revelaciones encuentro esta cita del Maestro Hillman: “Aún otra figura griega tiene conexión con nuestro tema -Ulises, Odiseo. Una derivación del nombre de Ulises (en latín, Ulixes) es oulos= herida, y ischea = muslo. Evidentemente su muslo herido es esencial para su naturaleza, si le ha dado su nombre. Una diferencia singular entre Ulises y las otras figuras de héroes heridos que hemos mencionado, es que Ulises no muere de la cornada. Su herida se vuelve una cicatriz. “Era una forma usual de muerte regia que el propio muslo fuera desgarrado por un jabalí, sin embargo de alguna manera Odiseo había sobrevivido a la herida” (Robert Graves: Los mitos griegos) ¿De alguna manera? Evidentemente había una cualidad especial en su carácter que le permitió sobrevivir. Por un lado, como los otros, es un puer -siempre partiendo hacia otro sitio, nostálgico y con añoranzas, amado por mujeres a las que rechaza, oportunista e ingenioso, siempre en peligro de ahogarse. Por otro lado, es padre, esposo, capitán, con las cualidades de senex de prudencia y supervivencia (…) Una cicatriz es un defecto, una debilidad, y desde el comienzo encontramos débil a Ulises. No es el héroe usual. Las cualidades senex de juicio, sobriedad, prudencia, paciencia, tortuosidad, aislamiento y sufrimiento se ven reforzadas por otro rasgo de carácter que le separa de los héroes. Es un hombre de poco poder. No tiene un ejército masivo como Aquiles, Agamenón y Menelao; contribuye sólo con un barco. Ni tiene la fuerza de Ayax y Diómedes. Con frecuencia, pareciera que prefiere comer a pelear. Tampoco finge la locura para evitar ir a la guerra. Es como si Ulises procediera mediante la depresión. Cuando lo encontramos por primera vez, desconsolado en las costas de la isla de Calipso, incuba la melancolía como Saturno, y sin embargo con el pathos del marino errante. Su disfraz más usual es el del marginado de las islas, el mendigo harapiento, vinculado con los perros. (Sin embargo, como descendiente directo de Autoclitos y Hermes, tiene un astuto tipo de sangre puer en sus venas). Incluso su pálido alter ego o doble, Telefos, que también está herido en el muslo, es un hombre prudente y no pelea debido a su relación con su mujer.(…) Con todo esto en mente, podemos volver de nuevo a la escena del aya lavando los pies de Ulises, entendiendo ahora este momento de reconocimiento-a-través-del-disfraz como una revelación de esencia. La cicatriz por la cual es reconocido es la marca del alma en la carne. Es el sello del ánima, la psique somatizada. Su carne se ha vuelto herida, así como nuestra carne “duele por todo” cuando entramos en la conciencia de la herida. Ahora podemos ver que esta generalización de un síntoma en la condición patologizada de dolor que se queja es un intento de dar pleno cuerpo a la herida dejando que el cuerpo sea plenamente sensibilizado por la herida. Odiseo, el dolorido, es una personificación de la consciencia patologizada -como Cristo a su manera, y Dionisos a la suya. El cuerpo herido se ha vuelto la herida incorporada; y, en tanto que incorporada, construida en su existencia y la pierna que le lleva y que camina con él, su ser herido es también su comprensión oculta y su apoyo fundamental (grounding support o soporte en la tierra)”Ya en mis propias palabras, la cicatriz se revela así, en este poema de aquellos tiempos y que terminara su cadencia pasado el umbral dorado de mi vida: “La doncella de las cicatrices”…Parado en el medio del puente de Chinvat, espero al ángel. Lo intuyo a través del amor: la intuición del amor es absoluta. Oh! Brat Nuhra, “doncella de las cicatrices” doncella de luz, dame el cabo de tu hilo, pues tengo los ojos cerrados. En medio del puente de Chinvat, por encima de las aguas, aparecerás bellísima en medio de las llamas, para invocar la unidad tanto tiempo anhelada…


Para finalizar con estos escritos y las revelaciones que me dan, tal vez podría sentir que mi relación con el mundo en general y con la tierra en particular, se hace a través de un andar “cojeante”, pausado, diría incluso íntimo (por su frágil fuerza sosegada que le otorga la “cicatriz”), que este momento de retorno, es también una iniciación sagrada que me acerca y me relaciona en términos poéticos y de gran belleza con mi ánima. Que como dice también el Maestro Hillman: “Esta cicatriz podría haberse vuelto una deformidad. Podría haber significado cojera, que caracteriza la unilateralidad del arquetipo del sólo-puer o sólo-senex. Entonces la cicatriz hubiera sido esa deformidad que, como escribe Jung, separa padre e hijo, hombre y niño, grande y pequeño. Ulises, empero, no está deformado por la unilateralidad en tanto él significa el hombre nacido dos veces, el padre-con-hijo, hombre-con-mujer, cuerpo-con-alma. Esta conciencia iniciada ha sido discutida en otra parte respecto a pathos y los misterios de Samotracia donde se dice que se inició Ulises.” En esta instancia de mi vida, en el umbral de mi hondura, no sé si mi ánima, “ella” o lo que me anima todavía a seguir viviendo, ha visto o tocado mi cicatriz, ni siquiera sé si me ha reconocido… pero todavía tengo aliento para afirmar amorosamente que yo la reconozco y me reconozco en ella. Que aun arrastrando mi pierna, voy de manera ineludible hacia ella…que ahora en mis sesenta años, no puedo regalarle nada sino este inútil gorjeo. Sin embargo afirmo que me han cercado y me incitan en apretada bandada los rutilantes gorriones.

Edgar Vidaurre