Los pétalos negros de Inés Muñoz Aguirre

 

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Los pétalos negros de Inés Muñoz Aguirre  – aproximación a su novela “A los vecinos ni con el pétalo de una rosa”

Desde el punto de vista académico, la novela es considerada “el más tardío de los géneros literarios” o en otras palabras, el más reciente, el más nuevo. Y es precisamente de la palabra Italiana Novelle (del latín Nova o novedad en español), que se deriva el nombre de este, como dijimos, género literario. Curiosamente en francés la palabra Nouvelle no significa novela sino noticia, como también se ha tomado en otros idiomas, tanto en las lenguas latinas o romances, como en sus determinaciones en otras lenguas, como la palabra News en inglés, donde se toma igualmente bajo la acepción de nuevo o noticia.

Tal vez los precedentes más reconocidos de la novela en la antigüedad son el Satiricón de Petronio, El asno de oro de Plinio Apuleyo y la maravillosa Dafne y Cloe de Longo, cuyo desarrollo en el tiempo se concretará en ese género que hoy seguimos llamando novela, cuyas etiquetas y clasificaciones se multiplican, diversificándolo de una manera tan variada y extensa que es muy difícil establecer su verdadero sentido.

La llamada novela negra o Hard boiled como la bautizara Raymond Chandler, deriva ese nombre (dentro de las clasificaciones por color) de un hito mucho más serio que el de la novela rosa, como lo fue la aparición de la extraordinaria revista Black Masck (máscara negra) y la seria Noire de la editorial francesa Gallimard.

Siendo músico y poeta, esto me recuerda como del simple, esencial y monódico canon del canto gregoriano, los músicos que sucedieron a esta manifestación esencialmente espiritual, fueron agregando voces y más voces hasta llegar a la polifonía hipertrofiada de cantos que mezclaban hasta 60 voces simultáneas, hecho que hacía imposible y muy caótica la apreciación en términos estéticos del evento sonoro musical.

Llevado este ejemplo al género literario de la novela, las infinitas clasificaciones y etiquetas en que se la ha fragmentado (por el tono, por la forma, por el target del público a la que va dirigida, por el contenido y más recientemente por la interrelación entre el afuera o lo que llamamos realidad y el adentro, la novela realista o la novela psicológica) según mi sentir ha hipertrofiado la esencia y el sentido original de este género.

Contradictoriamente a su sentido etimológico de novedad como nuevo o reciente, me parece que la novela (y concretamente la novela negra, por supuesto de manera referencial y sin ánimo de etiquetar) es tal vez y más bien, el género narrativo más antiguo y primigenio de expresión. Y es aquí en donde empiezo a valorar lo que significa o el sentido que encierra y contiene la novela de Inés Muñoz.

Yéndonos aún más atrás del Satiricón, el Asno de oro o Dafne y Cloe, para arribar al Génesis de todos los génesis registrados como lo es el de la Torá judía y la Biblia Cristiana, allí veremos escrita, con casi todos los elementos esenciales de la novela negra, entendida esta como: un evento extraordinario, que trasgrede las convenciones de orden “moral” y cuya crónica es articulada en un gran y extenso relato, destacando que su origen, impacto y desarrollo se producen en el alma humana, en su centro más oculto y oscuro, cuando asume la herida que supone su exposición a la intemperie del afuera o su interacción con eso que llamamos “realidad” externa.

Y no podía ser de otra manera, pues Inés como buena reportera y comunicadora social, es también dramaturga y poeta. Aunque seré muy cuidadoso para no sugerir posibles desenlaces de la trama con aquellos que aún no han leído la novela, no puedo dejar de decir aquí algunos sentires que han constituido una verdadera epifanía de lo que he manifestado arriba sobre la antigüedad primigenia del género de la novela, así como la vivencia y el sentimiento que esta provoca en el alma humana, cuando esa alma queda a la intemperie (incluso desde el mismo momento del nacimiento) como lo es el desprendimiento o dicho de manera más precisa la “Exclusión”.

La primera gran noticia que hace temblar al Paraíso, (y que según la versión que nos diera Aquiles Nazoa, fue voceada por autoparlantes) fue la expulsión o exclusión de Adán y Eva del Edén. Hay incluso toda la trama oculta, criminosa, culposa y oculta, que es develada por el propio Padre-creador cuando somete a un interrogatorio extensísimo a la pareja original, para sacar a la luz cuales fueron las causas de tamaña trasgresión.

Nuevamente el Génesis nos habla de la exclusión deliberada (y se podría decir que hasta cruel e injusta) que hace Dios de Caín, cuya herida anímica lo llevará a la génesis y la realización del primer crimen humano, cuya marca y sello lo va a signar por el resto de la historia de toda la humanidad. Ahí también hubo interrogatorio policial, traída a la luz de las verdades ocultas y posteriormente la exclusión y el exilio.

Esto se replica de manera asombrosa en otros libros sagrados y en otros génesis: esas maravillosas tradiciones orales como lo son el Poema de Gilgamesh y el Ramanaya hindú. Pero tal vez la réplica más extraordinaria de estos eventos anímicos que impulsan al ser humano a cometer crímenes como desenlace de la lucha entre el bien y el mal, la luz y la sombra, el día y la noche, está en el mito de Osiris (que simboliza la luz, el sol, el día) y su hermano Seth (que simboliza a la sombra, la noche, la obscuridad) y en donde un hermano mata a otro de manera alternante para que se produzca la dinámica de los ciclos de la luz y de las sombras.

A mi sentir, Inés muñoz en su novela negra titulada “A los vecinos ni con el pétalo de una rosa”, nos trae la nueva o la noticia reiterada en su novedad, de estos eventos, rescatando su pureza original. Y digo pureza, pues en este caso, se está retomando el sentido original recogido en esos libros sagrados. El crimen en estos libros arquetípicos, casi nunca es producto de una premeditación calculada, fría, o lo que los criminólogos llaman crimen circunstancial, sino más bien es lo que yo llamo crimen como acto humano en su pureza, pues este emerge directamente del alma, o lo que los criminólogos llaman crimen pasional, y que incluso en los casos tipificados por las leyes penales, son causa y motivos de atenuantes y en algunos casos de exculpación para el criminal.

Me llama la atención la estructura narrativa de la novela, en especial, los capítulos referidos a los interrogatorios de los doce vecinos. Aquí la autora hace un ahondamiento en los tipos psicológicos de C.G. Jung: esa interpolación entre los introvertidos y los extrovertidos en relación con los sentimientos, los pensamientos, las sensaciones y la intuición para establecer ochos expresiones de la psique humana. Si agregamos a esta interacción la luz y la sombra, o lo masculino y lo femenino, tendremos ese número tan elocuentemente simbólico como lo es el doce.

Haciendo nuevamente referencia al Génesis y sus grandes capítulos de narraciones negras, en cuanto a los crímenes inducidos y cometidos bajo la determinación de las pasiones humanas,  recordamos a los doce hermanos de José, quienes para no asesinarlo, lo venden a los mercaderes egipcios y lo excluyen de esta manera de su entorno original. Ello hará sin embargo que a través de los sueños y de la intervención femenina (bajo la advocación de la hermana del Faraón) José alcance la luz y junto con él, todo el colectivo humano de ese momento.

En el caso de la novela de Inés Muñoz, la polaridad oscilará de manera conmovedora entre los personajes femeninos en forma de una hipóstasis trinitaria: Madre, hija y el alma develadora. La luz y la sombra, el bien y el mal y el alma que las media y en donde todo ocurre. A este respecto he tenido y no puedo dejar de mencionar, otra epifanía sobre estas metáforas que expresan el alma humana en su integridad. Se dice hasta la saciedad que el mundo de las sombras, el mundo emocional es eminentemente femenino, que es el hombre, lo masculino quien aporta la razón de esa luz que se llama (de manera indebida) apolínea. Después de leer la novela y hacer las vinculaciones que he expresado, me queda la profunda sensación de que el mundo emocional del hombre en tanto masculino y auto-excluyente (siempre está presente la exclusión, incluso la autoexclusión) de su interacción con lo femenino, es aún más terrible, destructivo  e incontrolable que el mundo femenino en sí mismo. Tal vez la tan cacareada racionalidad de lo masculino expuesta en este caso, es un mecanismo de autodefensa del hombre ante el terror que significa el entrar en contacto con ese mundo emocional que encarna la mujer, y de su propia emocionalidad, vista desde el afuera. Creo que en todo caso, es la interacción con lo femenino, y en el caso concreto del hombre con la mujer y todo su mundo emocional quien puede contenerlo, darle sentido y llevarlo a la luz.

La veracidad de este sentir y de esta epifanía muy personal, me la da el hecho de que en la novela, en un mundo que en principio está regido por lo masculino, como lo es el mundo criminal-policial, y en donde esa emocionalidad incontrolable y violenta, se corrompe y degrada, la misma será por fin plenamente entendida y decodificada, (en este caso incluso de manera simbólica ante los medios de comunicación) por voluntad de la única mujer que ha ocupado ese cargo de dirección y liderazgo y quien logra a pesar de las intrigas, purificar ese entorno y llevar a ese colectivo a la luz. Metáfora perfecta de la propia autora, la reportera-novelista-poeta Inés Muñoz Aguirre, quien a través de la lectura de su narración (que no se queda en lo negro sino que lo contrasta), me ha llevado al entendimiento y a la gracia de estas epifanías que me permito compartir en esta aproximación, como quien comparte en medio de la oscuridad, un poco de luz.

Edgar Vidaurre