Diario de un piano abierto I

piano 2

… Estaba amaneciendo y sonaba la Rapsodia Megruly tocada por una pianista Georgiana. Sueño de vigilia sobrevenido, que revocaba la sensación de individualidad. Una experiencia religante, total. Como tener el mar en la parte más alta del sueño… o el soplo del sol en la ventana abierta.

 

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Hoy vino Giorgio Verona a afinar el piano…yo le dije al entrar – no creo que esté muy desafinado, pero ahora que estoy estudiando con más persistencia, quisiera concentrarme sobre todo en el sonido- Cuando puso el diapasón electrónico se río, me miró y me dijo – los pianistas también se desafinan con el tiempo y de manera solidaria con su piano: esto está absolutamente desafinado-. Cuento esto, porque esa verdad me conmovió. Siento que efectivamente, uno se desafina… la fuerza y las vibraciones que determinan al universo, a este planeta y a toda la creación, es una fuerza vinculante ineludible, infalible. Somos nosotros quienes nos empeñamos en separarnos, en romper con esa fuerza vinculante y armonizadora. Creemos que somos individuales y únicos, pero somos tan polvo estelar como el más alejado cometa en los confines de lo que llamamos universo. Cuando terminó de afinar el piano, entendí todo. Al tocar los acordes, los arpegios, la armonía que resonaba, los maravillosos armónicos, las notas en correspondencia absoluta, un sonido abarcante, múltiple y univoco al mismo tiempo, una vibración en “concertante” espléndida y maravillosa, en donde mi propio cuerpo dejó de ser solamente mi cuerpo para ponerse a resonar con esa vibración. Lo único malo si se quiere ver (aparte de tener que pagar la cuenta), que me ha dejado esta experiencia anímica, por su contenido de humildad y de certeza en la determinación de esas fuerzas invisibles, ha sido la sensación de que sería demasiado orgullo pretender que uno (aunque se pueda sabotear y desafinar constantemente) se pueda afinar a sí mismo. No sé cómo ni de qué manera, pero al igual que mi piano, espero por esa presencia afinadora y afinante, que con esa paciencia sabia y persistente que tienen los afinadores de instrumentos, haga sonar y resonar estas cuerdas gastadas con aquello que vemos cuando cerramos los ojos.

 

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Für Alina

 

Una ventana abierta
Lejos de los muros y de las paredes
Sólo esta ventana abierta
Ella no vendrá
Porque el pensamiento es una flor blanca
-margarita que persiste en el jardín-
Como el recuerdo de su mano
Pequeñas cosas de tierra
Y esta onda de agua apenas perceptible

 

-No volverá a sucumbir
Sobre el perfume de los prados
Porque ella ha amado demasiado
Hela aquí mezclada con el aire
No visible a los ojos del cuerpo
Sin palabras…sin palabras

 

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Für Aline II – Arvo Pärt (…”la hoja de hierba tiene el mismo estatus que la flor”)

 

En estos días estoy estudiando nuevamente la sonata “La Tempestad” de Beethoven, y tengo casi todo el primer movimiento en las manos y en el corazón…sin embargo, aprovechando el tiempo extra que la gracia me ha permitido, por fin he cumplido un anhelo. El de estudiar Für Alina de Arvo Pärt. Y digo esto, porque pude memorizar cuatro páginas y media con cambios de “tempo”, arpegios, pulsaciones extremas, corcheas, semi-corcheas, cruce de manos y digitalizaciones complicadas con la tempestad de Beethoven. Más sin embargo, ese humilde, simple y esencial “Canon” que contiene la pieza de Pärt, ese sonido de pequeñas campanas ascendiendo y descendiendo en perfecta “correspondencia” con esa doble octava profunda y densa, sin mayor complicación, sin tener ni siquiera una notación o medida de compás específica, me ha costado mucho… algo así como reconocerse uno mismo desde la sombra hasta la más tenue y frágil luz. Como una vela encendida que es capaz de alumbrar a la noche absoluta… como entender por fin al dolor y no sufrir.

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Für Alina III

La belleza no retorna…siempre ha estado allí, a veces imperceptible. Hoy entendí algo que ha permanecido oculto, pero que ha vuelto a mi memoria, a mi vivencia. Era una niña ciega y por esa condición con características autistas. Yo tendría como veinte años y la madre de una alumna me recomendó como profesor de piano. No hubo palabras…nunca. Yo me sentaba al piano para ejemplificar y luego le tomaba las manos para enseñarle las notas. Ella avanzó bastante como para tocar el adagio de alguna de las sonatinas de Mozart. Pero eran las pequeñas piezas que Bela Bartók compuso para niños lo que la llevaba transida a su mundo interior. En ese momento, no había nada que se interpusiera entre su corazón y las manos. Así el tocar las teclas, su contacto, era un acto íntimo, indescriptible. Nada que lo visible pueda explicar. Ante el despojo que me ha producido la lectura de Für Alina, esto se me revela como una verdad conmovedora y al mismo tiempo insoportable. He tardado casi cuarenta años para entenderlo.

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La piel del piano… Für Alina IV

En el borde de la abertura ella me hablaba de “la piel del piano” Für Alina de Arvo Pärt. Casi se podía oler el aroma de esa piel. Pero el aroma es lo sublimado, más allá de lo que toca la mano… la esencia. Quien podría tocar ese cuerpo inasible, imponderable? Algo quedó entonces grabado en el alma, en silencio, en secreto. Esa octava doble, grave, profunda, sosteniendo el sonido del cielo: “tañido de pequeñas campanas”, ese tintinnabular delicado… pero ha sido hoy que lo entendí, porque el alma también tiene piel: la piel del alma. Esta revelación me llega de manera polar. Pues ahora, en mi retorno al piano, sólo me obsesiona el sonido, la calidad de la vibración. De manera por demás asombrosa, ese sonido, esa vibración, esa piel inasible y transparente, solo aparece y se hace visible desde las entrañas, desde la sombra, desde la raíz. Sentido abarcante, cuya única manifestación para nosotros es la resonancia, el esplendor, la belleza. Lo supe cuando tuve que desentrañar mi piano, abrirlo, purificarlo desde adentro, darle luz desde lo más oscuro del arpa y las maderas. Por eso hoy evoco su piel…la piel del piano.

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…retomando el piano, me maravillo de procesos tan diversos y a veces tan polares (seguramente todos valederos). Algunas piezas o autores exigen para interpretarlos que uno se revista, se vista… casi para el momento y la ocasión. En cambio, hay piezas (no importa si sencillas como “la canción del pequeño Iván” de Kachaturian o difíciles como algunos estudios de Chopin) en donde uno tiene que desnudarse. Quitarse toda la ropa, desnudarse por completo.

 

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Hoy nació Schumann. La vida es una amplia y abarcante ondulación que nos envuelve…que nos regresa siempre a la belleza. En su honor veo y escucho ese romanticismo que se parece tanto al sonido del agua en todas sus manifestaciones: serenas, amargas, iridiscentes… he aquí y ondulando sobre la Kreisleriana del Maestro, al gato de la bella Helene que mi gata también percibe… y es la misma ondulación que Schumann recogió y devolvió. Helene la replica y yo, que acabo de ser bañado por su ola.

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…anoche me dormí con el sonido de Piazzola. Volví a soñar vívidamente. Más allá del puente, el ruido de las aguas, cercano e inalcanzable. Oblivión perpetuo donde lo soñado es más verdad que la luz

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…esta mañana amanecí con la belleza que otorga. Ahora atardezco con la misma belleza…pero más honda, azul. Una vibración indescriptible. Hoy no toco piano. Me voy a leer a Don Robert Graves

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Estaba escuchando una clase magistral del Maestro Cortot en el piano. Una muchacha desesperada le pedía luces sobre una pieza de Schumann. El cerró los ojos entonces. Los abrió de nuevo y le dijo: “Aquí se necesita crear la sensación de un sueño…en verdad, lo que usted necesita es soñar esta pieza, en lugar de tocarla”

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Estoy re-estudiando un preludio del clave bien temperado de Bach. El único que no tiene la impronta italiana de ese libro. Confieso que tuve que parar. Después de tanto tiempo, hoy lo entendí. Confieso también que me invadió una sensación indescriptible…inefable. Me di cuenta que estaba solo. Tener a alguien con quien compartir experiencias de contenido esencial e inefable, es sin duda un tesoro. Pero a veces pienso que ese tesoro está tan oculto y enterrado que no hay mapas ni rutas que te indiquen su existencia perdida. Como esas ilusiones ópticas que tienen los peregrinos del desierto, cuya sed los hace ver oasis que no existen… por otro lado como decía el Maestro Nietzsche y su Zaratustra: “el valor de un ser humano, se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar…”

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El preludio No 13 de Chopin…

Las vidas se cruzan.
Estremecimiento de las aguas
Que traspasa las miradas
Tú no sabes por qué está aquí
aunque lo hayas esperado toda la vida
Pero no te importa. Es aquí,
Justo en el borde donde percibes el olor de su corazón inalcanzable
Esa rama humilde pero intensa que se despliega en la belleza
Y su sombra en el medio de tu rostro
…Este es el instante de la Rosa.

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…Escuchaba la más delicada sonata de Scarlatti, se me ahogó el corazón. Treinta y nueve años. Donde estarás ahora “Che Pykasumi”. Los ojos aún pueden ver un leve, casi imperceptible temblor en la sombra.

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…Quería aferrarme a ese sonido. Pero a veces no se puede, no se debe retener. Porque nos desborda. Corre a través de uno y nos atraviesa para seguir más allá de uno…

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Hoy encontré una grabación hecha en un antiguo piano Bosendorfer imperial (incluso distorsionada) de la Masurka No 4 Op. 17 de Chopin, cuya imagen reproduce su cara en la piedra permanente y perpetua. Esto contrastaba con la fugacidad y profunda levedad de la Masurka. Vino entonces a mi memoria el mayo de 1995. París fue para mí un punto de inflexión. Acababa de recibir la revelación de la “Música incesante de los ángeles”, que tuvo San Gregorio cuando creía estar escuchando el aliento perpetuo alrededor de lo inefable. Sin embargo como jamás en vida mantenía el paso pegado y lento sobre la tierra. El hecho de estar arrastrando la pierna izquierda de manera irreversible, activó esa conciencia del paso que lo precede todo…incluso lo anímico. Estaba con la pianista Coromoto Livinalli y fuimos al cementerio de Pere LaChaise a echarle flores a la tumba de Abelardo y Eloísa (he debido decir Eloísa y Abelardo). Caminando en silencio por ese camino de flores y piedras me topé de manera sobrevenida con la tumba de Chopin. Una sola rosa blanca en un vasito de cristal en la base. Tantos mensajes, postales y cartas se mezclaban con flores secas en la parte de la repisa que divide las esculturas de la durmiente y la que está aún más arriba…me imagino que el ánima de Chopin. Al contrario, fue en ese momento en que la mía tocó tierra. Creo que Coromoto tocó levemente mi hombro en medio del silencio. Ahí tomé conciencia de que Chopin estaba muerto, que ya no estaba, que no podía mirarlo a los ojos. Esta vez no hubo agua, viento ni fuego…solo tierra. Tierra sobre los ojos.

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Nadie llega al cielo por el solo acto unilateral de la “Gracia”…la Gracia es un logro. Por eso alcanzar el cielo es un acto de entendimiento sobre el sentido de los ascensos y de los descensos. Este logro (el cielo o la Gracia), se alcanza descendiendo a lo más hondo, a lo más interno. Todo en el alma y en el cuerpo (incluyendo sus mutuas relaciones), es un proceso de intensas correspondencias. Schubert, lo sabía cuando escribió este impromptu.